La historia del “Petiso orejudo” es una de las más escalofriantes
que puedan encontrarse dentro de la criminología moderna. Este muchacho
argentino, llamado Cayetano Santos Godino, comenzó su carrera criminal con tan
solo 7 años de edad, escogiendo a otros niños como sus víctimas. Godino, quien
además era pirómano, tuvo en vilo a toda la población de Buenos Aires de
principios del siglo XX. La estremecedora vida del Pequeño orejudo, el niño
asesino, ha sido llevada a la gran pantalla de mano del director madrileño
Jorge Algora, bajo el titulo “El niño de barro”.
Hijo de inmigrantes calabreses, este muchachito nacido en 1896,
en la ciudad de Buenos Aires, tenía siete hermanos y un padre alcohólico y
maltratador. Fiore Godino, su progenitor, había contraído sífilis incluso antes
de que naciera Cayetano, lo que le trajo al niño graves problemas de salud.
Incluso podría decirse que ya desde pequeño el “Petiso orejudo” conoció la
muerte de cerca, a causa de las enfermedades que le afectaban.
JUGANDO A
SER UN ASESINO
Tenía tan solo 7 años cuando cometió su primer acto violento
hacia una persona. La edad en la que un chico debería estar más preocupado por
sus juegos y fantasías propias de la niñez. Pero a Cayetano, le atraían otras
cosas. A pesar de su aspecto flacucho, sus orejas prominentes y su baja estatura,
Godino tenía un gran poder de atracción sobre los menores. Los invitaba a sus
juegos, les ofrecía caramelos y así lograba llevarlos a zonas donde nadie
pudiera ver lo que pretendía hacer con ellos.
Era 1908 y ese Cayetano de 12 años de edad fue enviado a pasar
sus días en la Colonia
para menores de Marcos Paz. Se sabe el efecto que suele causar una estancia en
prisión para cualquier recluso. Lejos de rehabilitarlo y reinsertarlo en
sociedad, aunque aprendió allí a leer y escribir, los duros días de reclusión
lo devolvieron a las calles mucho más endurecido, frío y, por supuesto, ávido
de crímenes. Tres años pasó allí y salió hecho todo un adolescente, pero un
adolescente que había vivido cosas que otros no.
Cayetano se hacía fuerte en las calles. Deja de transitar los lugares por donde andaba siempre y se dirige hacia las zonas más lúgubres de la ciudad.
Allí empieza a consumir alcohol y a inmiscuirse en cuestiones no del todo santas. Sus padres consiguen que trabaje en una fábrica, pero tan sólo dura tres meses en su puesto. Estaba claro que su carrera se encontraba en otro sitio.
Cayetano se hacía fuerte en las calles. Deja de transitar los lugares por donde andaba siempre y se dirige hacia las zonas más lúgubres de la ciudad.
Allí empieza a consumir alcohol y a inmiscuirse en cuestiones no del todo santas. Sus padres consiguen que trabaje en una fábrica, pero tan sólo dura tres meses en su puesto. Estaba claro que su carrera se encontraba en otro sitio.
Su próxima víctima mortal sería Arturo Laurora, un joven de 13
años, quien apareció brutalmente golpeado, semidesnudo y con un cordel en su cuello
estrangulándolo. Algunos días antes, el 17 de enero de 1912, Godino había
prendido fuego una bodega de la calle Corrientes.
Cuando fue detenido, sus palabras fueron claras y no mostraban ningún tipo de remordimientos: “me gusta ver trabajar a los bomberos. Es lindo ver como caen en el fuego”.
Estos hechos no serían sino la confirmación de lo que vendría luego: un sinfín de agresiones y crímenes de todo tipo. Primero prendió fuego a Reina Vaínicoff arrimando una cerilla a su vestido de percal. La niña de cinco años falleció poco después. También, demostrando su amor por el fuego, causó tres incendios más que pudieron ser controlados, incluyendo una estación de trenes. Los animales se encontraban asimismo bajo su “jurisdicción”. Por esto, mató a puñaladas a la yegua de su patrón Paulino Gómez, cuando se encontraba trabajando en una bodega.
Era la mañana del 3 de diciembre de 1912 y Cayetano salía de su
casa como lo hacía siempre, a vagabundear un rato. También Jesualdo Giordano,
un niño de 3 años, se dirigía a jugar con sus amigos del barrio. Y tuvo la mala
suerte de que su destino y el de Godino se cruzaron. El “Petiso” se sumó a los
chicos, que no pusieron reparos. Al fin y al cabo, siempre se llevó bien con
ellos. Un poco por su aspecto de idiota y otro poco porque sabía seducirlos.
Jesualdo por medio de caramelos cayó en su juego.
Jesualdo caminó con Cayetano hasta la Quinta Moreno , un
lugar alejado donde el “Petiso orejudo” haría de las suyas por última vez. Allí
lo arrinconó, lo golpeó y, quitándose la cuerda que llevaba por cinturón, lo
ahorcó. Pero como el chico no moría, lo ató de pies y manos y salió en busca de
un elemento más contundente. En la búsqueda, se topó con el padre de Jesualdo y
hasta tuvo el tino de decirle que fuera a la comisaría a hacer una denuncia por
su desaparición.
El elemento que empleó Godino para acabar con el niño Jesualdo fue un clavo de cuatro pulgadas, que enterró en la sien de la criatura. Luego cubrió el cuerpo con una chapa y se dio a la fuga. Incluso tuvo el atrevimiento de pasar por el velatorio del niño. Dicen que aún quería ver si tenía el clavo enterrado en la sien.
Dos agentes de policía, Peire y Bassetti, ya habían unido acertadamente las pistas de todos los crímenes y fechorías. No quedaban dudas de que se trataba de Cayetano Santos Godino, ese adolescente repleto de perversión y totalmente reacio a respetar las leyes y normas establecidas. Un registro en la casa de los Godino arrojaría rápidos resultados: restos de la cuerda que utilizó para estrangular a Jesualdo Giordano y un recorte del periódico
Es que creían que era un disminuido psíquico y que no tenía
consciencia de sus actos. Pero allí trató de matar a un inválido postrado en
una cama y a una persona que paseaba en sillas de ruedas. Los años finales de
Cayetano Santos Godino transcurrieron en la cárcel del Ushuaia –la ciudad más
austral del mundo-, conocida como “la prisión del fin del mundo”. Un durísimo
correccional, donde estaban recluidos los delincuentes más peligrosos y que,
para establecer una similitud, era equivalente a las prisiones rusas de Siberia
o el San Quintín estadounidense.
Finalmente Cayetano falleció en 1944, víctima de una hemorragia interna.
Se supone que fue producto de las continuas palizas y vejaciones sexuales que
recibía por parte de los otros reclusos. Un final alejado, cruento,
correspondiente con lo que fue la vida de un niño extraño, con aspecto de
idiota y que sentía un enorme placer por hacer lo que la sociedad condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario