Gilles de Montmorency-Laval, baron de
Rais, llamado Gilles de Rais (o Gilles de Retz) (10 de septiembre de
1404 - 26 de octubre de 1440), fue un noble y asesino en serie francés
del siglo XV que luchó en los años finales de la Guerra de los Cien Años
junto a Juana de Arco, a la que siguió y en la que creyó siempre.
Sello |
Con apenas 20 años, Gilles de Laval, barón de Rais, era ya un joven de atractiva elegancia y sorprendente belleza. Había recibido una esmerada formación intelectual y militar que lo llevó a tomar lugar al lado de Juana de Arco como primer teniente a favor de su amigo el rey Carlos VII. Sirvió con tal distinción en las distintas batallas de la época, que fue recompensado con el título de Mariscal de Francia. La suerte le seguía sonriendo desde su venida al mundo en 1404.
Juana de Arco |
Descendía de
una de las familias más ricas y poderosas de Francia, y a los once años
había heredado una de las mayores fortunas del país, que se había
incrementado tras casarse a los dieciséis, con su prima e inmensamente
rica, Catalina de Thouars.
Gilles de Rais y Juana de Arco |
Por aquel entonces su vida transcurría
con total normalidad, incluso acababa de ser padre de una niña y era uno
de los nobles más ricos de Europa. No obstante su conducta cambiaría
tras la captura de su protegida Juana de Arco. El joven Mariscal trató
de salvarla con una obstinación casi obsesiva, pero de poco le iba a
servir, pues Juana acabaría siendo quemada en la hoguera.
Ejecución de Juana de Arco |
Tras el duro shock de haber perdido a la mujer que idolatraba en secreto, Gilles se separó de su esposa y se encerró en su castillo de Tiffauges, negándose a tener contactos sexuales con ninguna mujer.
Para
divertirse, ordenaba que se organizasen en sus múltiples castillos
lujosísimas fiestas y representaciones teatrales que eran conocidas en
toda Europa, pero sus excesivos gastos pronto empezaron a menguar su
fortuna y se vio obligado a vender varias de sus propiedades. Preocupado
por tales pérdidas, el barón de Rais se fue aficionando a la Alquimia e
hizo que se instalase un laboratorio en un ala del castillo, donde
trabajaba sin apenas dormir ayudado por alquimistas y magos importados
de toda Europa a la búsqueda de la piedra filosofal, capaz, según la
tradición esotérica, de transformar los metales en oro.
Castillo de Tiffauges
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Los
historiadores opinan que su primer crimen fue cometido con el propósito
de realizar un pacto con éste para lograr sus favores. Pero tras haberle
cortado las muñecas a la víctima, haberle sacado el corazón, los ojos y
la sangre, ni se le apareció el Diablo ni logró trasformar el metal en
oro. Lo único que habría logrado, sería el haber descubierto su pasión
secreta: la tortura, la violación y el asesinato de niños.
Este
personaje sentía una predilección malsana por los niños y los
adolescentes, hasta el punto de que se atribuyó nada menos que la muerte
de 200, tal vez más…
A partir del verano de 1438 comenzaron a
desaparecer algunos muchachos de la misma ciudad de Nantes, de los
pueblos de los alrededores, y la mayor parte, ocurrían cerca de la
mansión del barón de Rais. También hacía entrar en su castillo a algunos
de los niños mendigos que pedían limosna frente al puente levadizo, que
eran retenidos contra su voluntad por sus servidores, violados y
desmembrados posteriormente. La sangre y otros restos se
conservaban
para propósitos mágicos.
El mismo Gilles contó en alguna ocasión
como disfrutaba visitando la sala donde los chicos eran a veces colgados
de unos ganchos. Al escuchar las súplicas de alguno de ellos y ver sus
contorsiones, Gilles fingía horror, le cortaba las cuerdas, le cogía
tiernamente en sus brazos y le secaba las lágrimas reconfortándole.
Luego, una vez se había ganado la confianza del muchacho, sacaba un
cuchillo y le segaba la garganta, tras lo cual violaba el cadáver.
En
una ocasión, se acercó a un niño que había elegido previamente y lo
llevó al gran lecho que ocupaba el fondo de la sala de “torturas”.
Después de algunas caricias, tomó una daga que colgaba de su cintura, y
riendo a carcajadas cortó la vena del cuello del desdichado. Frente a la
sangre que brotaba y al cuerpo que se convulsionaba, el barón se puso
como loco. Arrancó las vestimentas al moribundo, tomó su propio miembro y
lo frotó en el vientre del niño, que dos de sus cómplices sostenían
porque éste estaba sin conocimiento. Cuando por fin salió el esperma,
tuvo un nuevo acceso de rabia, tomó una espada y de un golpe cortó la
cabeza de la víctima. Gilles, en pleno éxtasis se tumbó sobre el cuerpo
decapitado, introdujo su sexo entre las piernas rígidas del cadáver,
gritando y llorando hasta un nuevo orgasmo, se derrumbó sobre el cuerpo
cubriéndolo de besos y lamiendo la sangre. Luego ordenó que
quemasen el cuerpo y que conservasen la cabeza hasta el día siguiente.
En ese mismo suelo, desnudo y manchado de sangre se habría quedado
dormido. (Se dice que Gilles tras la comisión de los crímenes de
vampirismo y necrofilia caía en un pesado sueño, casi en coma, hecho que
se reproduce en otros asesinos vampíricos y necrófilos que también
dormían después de atacar a los cadáveres, como es el caso de Henri
Blot).
A la mañana siguiente no quedaba huella ninguna de su
desenfreno de la noche anterior, sus sirvientes la habían limpiado.
Pidió que le trajeran la cabeza y ante ésta, se arrodilló bañado en
lágrimas y prometió reformarse. Acercó sus labios a la cabeza, la besó
largamente y se fue a su cama llevándola consigo y diciéndole que muy
pronto se reuniría con otras cabezas tan bellas como ella…
Uno de
los mayores placeres de Gilles era tener las cabezas decapitadas
clavadas ante su vista. Luego llamaba a un artista de su séquito, el
cual ondulaba exquisitamente el cabello del niño, le enrojecía los
labios y las mejillas hasta darle un aspecto de belleza impresionante.
Cuando
tenía bastantes cabezas cortadas, celebraba una especie de concurso de
belleza, en el cual sus amigos e invitados votaban sobre cuál era la más
bella. La cabeza “ganadora” era dedicada a un uso necrofílico
Tras
las numerosas desapariciones de niños, poco a poco las sospechas se
fueron tornando hacia la persona del barón, pero nadie se atrevía a
acusarle, pues aunque más empobrecido seguía siendo un personaje muy
poderoso, y sus víctimas en cambio, solo eran gente muy humilde.
A principios de 1440, llegaron los rumores hasta la corte del duque de Bretaña, quién ordenó abrir una investigación sobre los secuestros y la posible implicación del barón de Rais. El 13 de septiembre fue detenido en su el pueblo de Machecoul por un grupo de soldados, quienes hallaron en su propiedad los cuerpos despedazados de 50 adolescentes. El duque de Bretaña le hizo compadecer ante la justicia acusado de haber asesinado e inmolado entre 140 y 200 niños en prácticas diabólicas.
Se le infligieron todo tipo de torturas para obligarle a confesar sus crímenes, que se obstinaba a negar pese a las evidencias, pero fue sólo la amenaza de la excomunión lo que le indujo a hacerlo detalladamente.
En octubre, Gilles aceptó voluntariamente
todos los cargos que se le imputaban y confesó que había disfrutado
mucho con su vicio, a veces cortando él mismo la cabeza de un niño con
una daga o un cuchillo, y otras golpeando a los jóvenes hasta la muerte
con un palo y besando voluptuosamente los cuerpos muertos, deleitándose
sobre aquellos que tenían las cabezas más bellas y los miembros más
atractivos. Afirmó ante los magistrados que su mayor placer era sentarse
en sus estómagos y ver como agonizaban lentamente, y que en los cargos
que se le imputaban no había intervenido nadie más que él, ni había
obrado bajo la influencia de otras personas, sino que siguió el dictado
de su propia imaginación con el único fin de procurarse placer y
deleites carnales.
Al amanecer del 26 de octubre fue llevado a un
descampado junto con dos de sus más destacados cómplices para ser
ahorcado y quemado en la hoguera. En el patíbulo manifestó públicamente
su arrepentimiento, instando a todos los presentes a no seguir su
ejemplo y pidiendo humildemente perdón a los padres de las víctimas.
Murió aferrándose desesperadamente a su fe cristiana.
Accediendo a las súplicas de algunos de sus parientes, el cuerpo, parcialmente quemado, fue retirado de la hoguera y enterrado en una iglesia de las carmelitas en Nantes. Sus bienes fueron confiscados en beneficio del duque de Bretaña y de la Iglesia.
Accediendo a las súplicas de algunos de sus parientes, el cuerpo, parcialmente quemado, fue retirado de la hoguera y enterrado en una iglesia de las carmelitas en Nantes. Sus bienes fueron confiscados en beneficio del duque de Bretaña y de la Iglesia.
NOTA: El texto expuesto fue escrito por Pili Abeijon.
ANEXO:
Siniestras declaraciones de Guilles de Rais. Estas impactantes palabras
que Guilles de Rais emitió durante su juicio, dan cuenta de una de las
personalidades más perversas que la historia haya conocido. En ellas se
muestra a un ser que no solo está consciente de que obra el mal, sino
que obra el mal por amor al mal, particularmente al mal que se complace
en destruir la inocencia y la pureza y en, a través de sangrientos
ritos, dar rienda suelta a un oscuro sentimiento de devoción casi
religiosa por la muerte misma. Tales declaraciones han sido tomadas del
libro El Mariscal de las Tinieblas de Juan Antonio Cebrián:
‹‹Yo,
Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es
cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres
inocentes —niños y niñas— y que en el curso de muchos años he raptado o
hecho raptar a un gran número de ellos —aún más vergonzosamente he de
confesar que no recuerdo el número exacto— y que los he matado con mi
propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos
muchos crímenes y pecados.
Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente.
Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía…
Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos.
Yo soy una de esas personas para quienes todo lo que está relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. (…) Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla.››
Libro:
EL DISCO INSPIRADO EN SUS ATROCIDADES
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